Por Xadeni Escalante Contreras
Cubierto el cuerpo
bajo un vestido de olanes,
con los que visten a las muñecas,
brazos y piernas zurcidos a un mango,
Desdémona, acaricia el relieve en las costuras
de su figura enrevesada.
Debajo, se amalgaman los rencores,
y al exterior bordado con encajes,
porta la prenda que oculta los vestigios
de una vida reducida e hilvanada
en la que terminará perdiendo.
Desdémona acaricia los relieves
de sus muñecas desde niña,
antes de descubrir que no era un juego
y que los muslos suturados serían
sus propios muslos.
A nosotras, las Desdémonas,
nos enfundan en un vestido blanco,
y nos arrancan de tajo como a una flor del jardín
de nuestra casa, para reventarnos el alma en la banqueta.
De noche,
cuando la gente se ha olvidado de nombrarnos,
desaparecemos vestidas con medias
para no ser recordadas.
Nosotras, las Desdémonas,
aprendimos a olvidarnos de las manos
que nos curten de noche
para acariciarnos frente al párroco,
en la escuela, la oficina...
De noche,
cuando la gente se ha olvidado de nombrarnos,
huimos de madrugada en un auto
hacia el cementerio,
y aquí, entre todas,
encendemos una vela
con la esperanza de que algún vecino despierte
y observe las sombras en tu recámara
estrangulando a una mujer
hacia su ruina.
A nosotras, las Desdémonas,
nos visten de fantasmas
con velos blancos
y nos ocultan los rostros,
sólo para descubrir al desvestirnos,
que tenemos zurcido el corazón.
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