top of page

Rodrigo Montera

Nadie podría amarnos

Hacemos el amor. Con torpeza. Nunca seremos buenos. Nos amamos, pero no como la gente hace: desnudos. No podemos. Nos asfixiamos el uno sobre el otro. Cualquier cama es demasiado pequeña. Al besarnos, nos ahogamos y en ocasiones, después de un beso, estornudamos o tosemos, no tiene sentido, lo sabemos, pero así ocurre, como si esto que somos, al estar desnudos, fuera una infección o una alergia. Somos una trampa, al acariciarnos nos golpeamos, nos pellizcamos, nos lastimamos. Demoramos mucho en entrar, en estar uno dentro del otro. Y para ese momento estamos cansados, exhaustos de tanta demora.

    Una vez lo hicimos bajo la luz de una película para adultos, nos espantamos y alguno de los dos lloramos porque descubrimos que para hacer el amor debíamos tener cuerpos perfectos y violentos. Esa noche, para ahuyentar el miedo y acurrucarnos bajo un plácido sueño, sacamos de las cajas de diciembre nuestros pijamas de franela. Otro día atendimos un consejo: nos untamos mermelada en el cuello y en la espalda…un desperdicio. Tuvimos que deshacernos de las sábanas y de la mermelada, al día siguiente, sólo rescatamos dos cucharaditas.

        Si lo seguimos intentando es porque nuestros padres quieren nietos. Pero qué nietos podrían tener de nuestras acrobacias sin sentido. Una tarde se lo dijimos, después del tercer postre, les dijimos: no quieran nietos. Y ellos, los cuatro, nos preguntaron: ¿por qué no? Porque serán nietos tristes. Ellos se miraron entre sí, y luego pidieron la cuenta. Nos despedimos sin decirnos cosas importantes, ni cariñosas. Los entendemos: ellos no pueden imaginarse lo difícil que es desnudarse, cada uno del lado de su cama, y recostarse y mirar el techo para tomar ánimos porque vamos a hacer algo que no queremos, pero que deberíamos hacer porque nos amamos; y cuando nos damos la vuelta y nos miramos, sentimos la vergüenza que separa a los desconocidos.

        Aun así la gente dice que somos una bella pareja, lo dicen porque nos ven caminar de la mano al mismo ritmo, ninguno va más aprisa que el otro. Y quizá sí lo somos, una buena pareja. Con ropa. Cuando todo está en su sitio. Nada expuesto. Así somos felices. Sería fácil y bello si pudiéramos concebir cuando nos tomamos de la mano o cuando nos abrazamos en el sillón para dormir la siesta. Pero no será así nunca. Aunque a veces lo añoramos, un hijo, un paseo los tres juntos; un paseo que dure para siempre. Caminar con él de la mano y enseñarle sin enseñarle nuestro ritmo, eso nos alegra, un paseo que, quizá, no sucederá nunca.

      También somos felices porque tenemos placer, claro, pero cada uno por su cuenta: nos encerramos en habitaciones distintas y nos buscamos el placer y lo acariciamos y lo limpiamos sin estorbarle al otro. Somos higiénicos y tristes.

        Nadie podría amarnos, más que nosotros.

Rodrigo Montera

rodrigo montera.png

Es licenciado en Literatura y Creación Literaria, docente, director de teatro y corrector de estilo. Ha obtenido premios de dirección escénica, dramaturgia y narrativa, como el Premio Nacional de Cuento Campirano (México). Desde 2019 radica en la ciudad de Valencia, España, donde cursó estudios de dirección de cine y de mediación cultural. Actualmente realiza un documental sobre el Centro del Carmen de Cultura Contemporánea.

bottom of page