El mar
Soy arquitecto y Mr. en Administración y Políticas Públicas. Formo parte del Staff de Edición de la Revista Letras de Parnaso que se edita en Los Alcázares, Cartagena, España, acabo de ser finalista del premio TRISTANA 2020 en Santander por mi novela “La tranquilidad de las cosas” y de ser ganador del Julieta Dobles Yzarraga en el género cuento en Costa Rica. Dicto el curso de escritura creativa “La Maravilla de Leer”, vivo en City Bell, Argentina con ni África y mi Sarah. Planto compulsivamente semillas de paltas y he logrado tener un pequeño bosque de un verde fosforescente. Mi editora favorita es Agustina Picasso editora (@bucearte). MI DNI es 11377300 y mi mail: alvarezpicasso@fibertel.com.ar
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Hugo Álvarez Picasso
Arnold Jacobs
Sumido en una profunda crisis existencial, Jacobs decide cambiar la ciudad por la montaña. En su cabaña, unas perdices se aromatizan en vino tinto. El pan es rústico y cocido a leña. El syrah de la comarca anida en su paladar. Mientras come, apunta en su diario, retazos de su vida por venir. Limpiará su rifle, cortará la leña, navegará por el río. Ese día, está escrito, el río lo transportará con vehemencia, desafiará los rápidos y se asoleará sobre las rocas. Pero el día que almuerza las perdices, perturbado, se adelanta en su trabajo y dibuja distraído el porvenir. Repasa esa lejana mañana que ha llegado y descubre que le espera el desayuno y un pesar. Ya no puede sustraerse a ese designio establecido. Riguroso con su nueva vida, cumple la usanza sin reproches. No revisa la recámara de su rifle y dispara. Su cuaderno de notas se satura de colores. Jacobs sobrevuela por primera vez la montaña y su casa. No hay humo ni aromas ni aves a su alrededor. Se asoma a la ventana y lee su diario que declara: hoy volaré como los pájaros. Se arroja al voluptuoso río que lo lleva hacia los rápidos donde se arremolina el tiempo. Libre ya de su destino, decide seguir a los pájaros por rutas aleatorias. Descubre que le deleita volar y sonríe. Al cabo de un ritual que desconoce, anidan en un paisaje blanco como su memoria que guarda atesorada, ingrávidas estelas en el cielo.
El paisaje guarda un orden simétrico como las pinturas de Mondrián. El verde lo compone un frondoso bosque de abedules; el claro responde a la siembra joven de tulipanes; los rojos y naranjas son atisbos del sol que se esconde entre las nubes bajas. La tenue llovizna tiñe de gris suave y translúcido el orden exterior. En un enorme tablero de ajedrez, parece disputar la naturaleza, el juego de la belleza y el orden, contra el caos interestelar. La tarde muta en noche cerrada. Luego, parece abrirse un telón y las estrellas afloran saturando la noche de plata sobre el mar de hojalata. Un velero se balancea en la orilla iluminándose por la pequeña luna de plata. Una tenue línea zigzagueante delimita la profusa montaña del mar inabarcable que se columpia iluminado la pródiga borraja de la tierra. Ramiro Biasi recorre la costa sin definirse por el mar o la montaña. El viento lo sostiene sereno y lentamente comienza a elevarse sobre los límites. Va y viene de la montaña al mar respirando el suave olor a menta y a sal. No sabe de qué lado permanecer. En ese trance, en esa duda, en ese dilema lo encuentra una noche cerrada. Se duerme, cuando despierta barrena una ola infinita desde cuya altura avizora la costa. El tiempo pasa. Se acuesta sobre el agua clara y ve el cielo y las estrellas. Siente que el tiempo habita, como él, en el mar que lo mece.