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Mi nombre es Isabel Segovia, pero he tenido varios nombres. Escribo para adultos conscientes y para niños de acuarela que piensan en tinta. Vivimos rodeados de monstruos. Yo he visto monstruos en la universidad que me saludan sólo cuando uso falda; monstruos adolescentes que, ebrios, matan a su enemigo a golpes; monstruos infantes que maltratan animales. 

Los microrelatos para adultos no llevan ilustraciones, porque la mente es más creativa que cualquier dibujo. Los cuentos de terror para niños llevan ilustraciones, porque ellos tienen una imaginación más grande que la nuestra pero siempre necesitan un empujón. Y para la gente que dice que escribir de terror sólo contamina la mente, prefiero despertar con mi mente contaminada y no depender de nada; a despertarme temprano y alinear mis chakras, porque de eso depende mi estabilidad.

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Isabel Segovia

Muñecas de porcelana

María esconde su inquietud con seda; los gusanos que hilaron su vestido se sienten orgullosos de desnudar su cuerpo. Las lágrimas que alguna vez le humectaron las ojeras ahora dudan de su existencia. Después de noches clandestinas, le duele en lugares inexplorados por sus manos —lugares ya estudiados por manos gordas, callosas, ásperas. Poco a poco su piel mulata se malluga. En esas noches, le dan un baño en tina con agua de rosas; toman aceite mezclado con jabón de menta y le lavan el pelo; lo enjuagan con agua tibia. La mezcla de la tina hace efecto; se desprende la suciedad y lo pegajoso de la piel; revelan moretones y rasguños que hacen enfurecer al potro salvaje que habita en sus ojos negros. Ya en la cama, una anciana le unta cremas de lavanda y pomadas de enebro a su entrepierna que viste de rojo. Seca y desnuda, adormilada por el calor de un cuarto sin ventanas, María se limpia el sudor con la almohada y toma su diario: Hoy es mi cumpleaños y estoy muy feliz de cumplir trece.

Isabel Segovia

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