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La justicia no perdona

Por Victor Gerardo T. Ustaran



…pero claro, usted nunca entenderá, señor juez. Usted es hombre, como sus compañeros y sus superiores. Ustedes solo deben preocuparse porque los maten y ya. A nosotras, en cambio, nos tratan como si valiéramos nada y luego, nos quitan la vida como animales. No, qué digo, si hasta con los animales muestran un poquito más piedad. ¿Tiene hijas, señor juez? ¿No? Pues con razón. Yo sí. Bueno tenía, si se pone a buscar en el montón de expedientes que tiene ahí puede que encuentre su nombre. Fabiola Gutiérrez, quince años. Ándele, la niña asfixiada que presentaba marcas de abuso. ¿Qué por qué le estoy contando esto? Pues para que entienda por qué lo hice. Usted qué va a saber cómo es perder a una hija de esta manera, ni va a entender lo que sentí al enterarme de que aquella persona a la que le abrimos las puertas de nuestra casa y tratamos con tanto respeto porque predicaba la palabra de Dios, se encargó de abusar de mi hija y al final le arrebató la vida. Sabrá Dios el número de niñas a las que hizo sufrir durante el tiempo que estuvo entre nosotros.

«Supe que había sido él porque llevaba en la mano la liga con la que Fabiola se amarraba el pelo. Imagínese. El muy canalla la llevaba en su muñeca cuando fue a la casa a darle la bendición a mi niña antes de que la lleváramos a enterrar. Sí, yo lo hice. No tengo por qué negárselo. Y le voy a decir que lo único que pensaba mientras caminaba a la casa parroquial era en todas las niñas a las que iba a liberar de ese infierno y en todas las vidas que iba a salvar. Estoy segura de que nadie me lo va a agradecer, pero al menos así les voy a enseñar que si ustedes no nos escuchan entonces nosotras somos las que vamos a hacer valer nuestra autoridad en nuestra propia tierra. Tal vez hoy soy la primera, pero no voy a ser la última, porque ya estamos cansadas de que se sienten atrás de sus escritorios sin hacer caso; ya no queremos ser solamente archivos que después de unos meses sepultarán en los cajones. Queremos que se den cuenta de una vez que nosotras también valemos. Pero claro, nunca van a estar hasta la madre como lo estoy yo en esta tierra que poco a poco se está yendo al carajo.

El hombre la miró. Apagó su cigarro en el cenicero que tenía a la mano y dijo:

–La entiendo perfectamente señora, pero usted no puede hacer valer la justicia por su propia mano. Le quitó la vida a un hombre y lo confesó. Va a ir a parar a la cárcel unos treinta años, si bien le va. Tiene que aprender: la ley es la ley.




Victor Gerardo T. Ustaran

26 años. Arquitecto con gusto por la destrucción y los conflictos de identidad. Actualmente estudiante de la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm, mientras busca sobrevivir y dar a conocer su obra literaria.





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