Por Eduardo Paredes Ocampo
The hearts of old gave hands,
But our new heraldry is hands, not hearts
William Shakespeare, Othello, III, 4
En lo primero que me fijaba de los hombres
era en sus manos
y, entre un sinfín de remedos,
las tuyas
reinaban soberanas.
Con la misma pauta de carne y huesos,
más allá de miles de muñecas,
te sobreviven los esbozos:
falanges
fallidas por su delgadez y fragilidad,
–por tanto distar
de una garra–;
palmas
con líneas cuya quiromancia
prevee la combinación aborrecible:
demasiada vida, poco frensí;
puños
que no se curtieron a base
de soga y lazo
en embarcaciones casi náufragas
por borrascas súbitas.
Al fin, después de lustros de tentativas,
la Fortuna logró calcarse,
dedo por dedo,
en diez extensiones de tu sangre y esqueleto,
en dos tentáculos
concebidos para posarse en mis nalgas y tetas
con intuiciones de gigante
–de torpezas y ternuras
inconmensurables.
No había en el mundo
más hermoso absurdo
que verte rezando:
juntar dos tigres hambrientos
para hacerlos maullar.
Pero, ¿qué milagro no esconde
una maldición?
Entre sueños me acecharon,
sin quicio, recorriendo las sábanas
en pos de mi boca
para cobrar, con mi silencio,
todas las veces en que, de niña,
las rogué así:
indómitas hasta para
ese tal Otelo
que, al fondo de cada brazo,
las porta
como si cargara
los zarpazos
de otro.
Eduardo Paredes Ocampo (México, 1989)
Escribe poesía, cuento y ensayo. Ha publicado en diversas revistas nacionales e internacionales. Actualmente cursa un doctorado en literatura en la Universidad de Oxford.
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