Por María Musgo
Querido diario, queridas cumbres
Duermo sola.
Me muevo lento sobre el colchón.
El amanecer es húmedo.
El primer calor después de la lluvia
es suave con mi cuerpo como una lengua.
Aprendí a escribir
como los primeros barcos aprendieron a zarpar.
Yo balbuceaba sílabas y mis piernas tambaleaban.
Aprendí a escribir en el mar — tu mano a mi izquierda,
las montañas altas a mi derecha —.
Escribía:
querido diario, queridas cumbres.
Despierto sola.
Caigo sobre mi cuerpo agotado.
Leves pulsaciones, enormes palabras.
Suelto mis promesas al viento.
Hoy busco un lenguaje hondo,
los abismos breves,
los golpes perfectos.
Hago el café sola.
Me muevo de lo blanco al cuerpo,
del cuerpo a la herida,
de la herida a la flecha,
de la flecha a lo animal.
El atardecer es una ceremonia religiosa.
Me muevo lento,
como esperando a que se levante
el verano en mis brazos.
Entonces podré ver algo nuevo.
Entonces mis pies mantendrán el susurro de las mareas revoltosas.
Nado en agua muda.
El agua inicia las alturas.
El agua abre los potreros.
Inunda los nidos.
Querido diario,
queridas cumbres:
es noviembre.
Siento un vértigo espeso debajo de mí.
Si abrieras justo aquí te diría:
gracias por las promesas
de todas
el dolor es la más dulce
Si abrieras justo aquí
caerías en el punto exacto
donde brotan mis palabras,
te diría: hay algo que tienes que saber,
tengo un corazón nuevo por descubrir
Si abrieras el hueco de mi cuerpo
aparecerías como las bestias
queriéndome desde lejos
con todos tus dientes.
Si aparecieras justo aquí
el aliento de tus fauces caería húmedo
y yo caminaría sobre la resaca
solo para verte una vez más.
Llevo dos días viviendo aquí,
revolviendo entre los discos,
desterrando mis piernas como un gorrión.
Busco las semillas, las riego,
tomo prestadas las ramas y los huesos,
rogándole a la tierra, susurrando
llevo veinte días aquí debajo.
Sobre mi espalda cargo La certeza,
y es tan verdadera, tan llana,
y se parece tanto al rostro de una persona que he amado
y volveré a amar.
Llevo tres recuerdos aquí, los pienso bien alto,
los veo clarito;
tres recuerdos como tres poemas:
la montaña
la muerte
mi padre
Llevo guardadas las manos en estas palabras, aquí,
en este sitio alto y rocoso,
llevo la enseñanza de quienes me precedieron,
llevo la nariz roja como un tomate.
El aire dentro de mí sube y baja
como la respiración de un niño jadeante,
he llegado hasta aquí con la piel seca como un tronco,
con el estómago lleno
como las aves que emigraron,
y la sabiduría de quien vive sobre un promontorio.
Llevo tres días aquí,
lago donde he llorado,
agua sobre la que he caminado,
aquí persiguiendo el sonido de todos los paisajes
tratando de esquivar El sentimiento,
haciéndolo y deshaciéndolo de la misma manera
que este verano hizo conmigo.
Llevo meses aquí, ligera, aquí compuesta,
aquí en medio del sonido que comencé a seguir.
Llevo meses y años moviéndome lenta
detrás de este sentimiento que me reforma.
Llevo una vida con la cabeza apoyada en el hombro
de alguien que lleva vidas delante de mí.
Estoy esperando a ver en tus manos
un poema olvidado,
dejo de tus bostezos, un puñado de tierra que
me recuerde a los días
que pasábamos en la montaña.
Tú siempre un paso adelante,
cargando los castillos de musgo sobre la espalda.
Un día iremos a buscar pájaros muertos
y te cocinaré una sopa con el agua del océano.
Voy a estremecerme con el recuerdo de las rocas
que nos aplastaron aquel verano.
Voy a recordar cómo flotábamos entre hojas secas.
En mis manos, los escarabajos huyendo.
Del sol me protege el abrazo que me has puesto.
Estoy esperando a oír el último consuelo,
la última risa de niña,
el último galope de tus heridas.
Vas a contarme una y otra vez
la historia de tu padre.
Vas a pensar en cómo contaré tu historia
a mis hijos.
Nada se teje de la misma forma.
Voy a hacerte preguntas hasta que me mires cansado,
tratando de disimular que tienes sueño,
porque has tenido una vida lejos de mí.
He pensado en tu cuerpo como una sombra
que me sigue sin frenos.
El hombre de la sombra me mira sin pena.
Todavía conserva los ojos brillosos. Si me
acerco lo suficiente, sé que me dirá:
la felicidad se derrama, hija.
Yo miraría por horas tus manos
hasta sentir en ellas
tu llanto seco.
Maria Musgo (San José, Costa Rica, 1996 )
Poeta, Fotógrafa.
¿Qué significa traducirse en palabras?
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